Muchos disfrutamos del café todos los días, pero pocos nos detenemos a pensar de dónde viene realmente ese sabor que tanto nos gusta. ¿Sabías que dependiendo el lugar donde se cultiva el café puede cambiar totalmente su aroma, acidez y cuerpo? Así como el vino tiene terroir, el café también lo tiene. Y es fascinante.
Detrás de cada taza hay una historia que empieza en alguna finca, en las montañas de Etiopía, Colombia, Guatemala, Brasil o Kenia. Ahí crece el café, rodeado de sol, sombra, lluvias y altitudes que influyen directamente en su perfil de sabor. Algunos cafés son más florales, otros más achocolatados, algunos tienen una acidez brillante, otros son suaves y dulces como miel.
También existen dos grandes especies: arábica y robusta. La arábica es la más valorada: tiene un sabor más complejo, elegante y menos amargo. La robusta, por otro lado, es más resistente, tiene más cafeína y un gusto más fuerte y terroso. Muchas veces se mezclan para lograr ciertos perfiles en el espresso.
Pero no todo es cuestión de país y especie. El método con el que se procesa el café después de cosecharlo también marca la diferencia. Puede ser:
Entonces, la próxima vez que veas una bolsa de café con notas como “cítricos”, “chocolate amargo” o “miel”, no pienses que es un truco de marketing. Son descripciones reales de lo que puedes sentir si prestas atención al sabor. Y si estás en manos de un barista que sabe lo que hace, ese café puede convertirse en una verdadera experiencia.
Descubrir los orígenes del café es como viajar con cada sorbo. Ya no se trata solo de despertarse por la mañana: se trata de explorar el mundo taza por taza. ¿Listo para el viaje?